Fascinaciones

 

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Fotografía personal

Hace frío. Uno que se encarama, celeste, sobre el antebrazo, el brazo y sube hasta algún punto en el hombro. Calculo que la cara, a pesar del sudor, también está fría. La nariz. Se te instala desde los muslos hasta los tobillos.

Hace frío.

He llegado a la cima de la subida, no es muy empinada, no requiere de mucho esfuerzo porque ya de por sí vengo con el impulso de la bajada previa. Pero llego a la cima y tengo frío y sudor y el viento que corre en la autopista de al lado junto con el rumor sordo de los carros me llega de golpe. Porque he llegado a la parte superior de la subida y estoy a dos pedaleos de empezar a bajar. Bajar, bajar. Como quien se manda cuesta abajo con una felicidad inusitada y los músculos que duelen.

Los músculos que duelen.

La subida, el frío de la mañana, la desacostumbrada sesión de bicicleta. Antes teníamos mejor condición física, pero nos ganó la pereza o la desesperanza o vaya usted a saber. Antes… pero ahora no. Ahora es volver a empezar.

Sentís los músculos cómo se van rompiendo, poco a poco. Desanudándose en hebras rotas… para luego crecer de vuelta, más fuertes, más resistentes. Y romperse, romperse, romperse. Porque sólo rotos constantemente se logra que crezcan.

No pienso.

No creo.

No sé.

Termino el primer pedaleo.

Descubro entonces que estoy siendo feliz.

Segundo pedaleo.

Cambio de marcha mientras bajo, la mayoría del impulso lo pierdo frenándome para no caer de cabeza sobre el capó de algún carro descarriado que haya decidido tomar esa lateral. Cambio de marcha y se viene una cuesta fuerte. Necesito más potencia para las piernas que no se acostumbran al esfuerzo, por ahora.

Eso breve fue la felicidad, pienso.

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