Reencontrar un poema.

Hace días me reencontré y leí un poema que hice justo luego de acabar un ligue, un fling, un algo que no iba a ser más allá que una nota al pie. Era un olvido, ella, el poema, la situación.

Pero a veces hay redescubrimientos que ocurren por razones completamente diferentes a los motivos y razones de las cosas hechas que las transforman, mutan. Lo que una vez fue, en un lustro o en mucho menos, deja de ser. ¡En un día, una hora, en medio de un abrazo…! Y luego los reencontramos, con nuevos significados. Construimos otras narrativas a partir de ellos. Nos inventamos nuevos lazos… o pasamos  tijera, porque lo hecho se ha vuelto tan extraño, tan irreconocible que ya es imposible entenderlo como algo propio.

Hasta que sucede algo. Entonces otro significado surge, entendido desde otra forma. Descubrís textos, acciones, hechos vivos porque crecieron y se transformaron otra vez y te llaman y los llamás desde lugares y nombres distintos. Aunque ya pasados eso no significa que se hayan acabado. Resurgen.

En ese reencuentro decidimos  con qué queremos quedarnos y con qué no. Porque el acto mismo de desechar, de olvidar concientemente es el resignificado que deseamos, que logramos, del que somos capaces en ese momento.

Tal vez en otro instante lleguemos a ese vacío, a esas cenizas y podamos construir algo, que bien podría ser más olvido.

No todo tiene que perdurar, eso no significa que se haya perdido completamente. Siempre queda un rastro. Siempre queda un resto. Están las marcas, está esa falta, eso que queda en la punta de la lengua, esa idea vaga de algo. Eso que hace sospechar que ahí había algo, que ahí hace falta algo.

Y ese faltante es el mejor combustible para re-construir.

Fascinaciones

 

IMG_20170126_143221

Fotografía personal

Hace frío. Uno que se encarama, celeste, sobre el antebrazo, el brazo y sube hasta algún punto en el hombro. Calculo que la cara, a pesar del sudor, también está fría. La nariz. Se te instala desde los muslos hasta los tobillos.

Hace frío.

He llegado a la cima de la subida, no es muy empinada, no requiere de mucho esfuerzo porque ya de por sí vengo con el impulso de la bajada previa. Pero llego a la cima y tengo frío y sudor y el viento que corre en la autopista de al lado junto con el rumor sordo de los carros me llega de golpe. Porque he llegado a la parte superior de la subida y estoy a dos pedaleos de empezar a bajar. Bajar, bajar. Como quien se manda cuesta abajo con una felicidad inusitada y los músculos que duelen.

Los músculos que duelen.

La subida, el frío de la mañana, la desacostumbrada sesión de bicicleta. Antes teníamos mejor condición física, pero nos ganó la pereza o la desesperanza o vaya usted a saber. Antes… pero ahora no. Ahora es volver a empezar.

Sentís los músculos cómo se van rompiendo, poco a poco. Desanudándose en hebras rotas… para luego crecer de vuelta, más fuertes, más resistentes. Y romperse, romperse, romperse. Porque sólo rotos constantemente se logra que crezcan.

No pienso.

No creo.

No sé.

Termino el primer pedaleo.

Descubro entonces que estoy siendo feliz.

Segundo pedaleo.

Cambio de marcha mientras bajo, la mayoría del impulso lo pierdo frenándome para no caer de cabeza sobre el capó de algún carro descarriado que haya decidido tomar esa lateral. Cambio de marcha y se viene una cuesta fuerte. Necesito más potencia para las piernas que no se acostumbran al esfuerzo, por ahora.

Eso breve fue la felicidad, pienso.

This mess we are in*

IMG_20170130_065718-01

Fotografía personal

Arrastrás lluvias calles reventadas el trabajo

y los pies

la llave la puerta que se abre sin drama

no

encontrás

un cómo te fue

hay un silencio que grita y paredes

que se te han clavado

en el dorso de la mano

en el cielo de la boca

en el eco de tus pasos sin respuesta

 

estás solo

en esa soledad grave de palabras oxidadas

de caricias podridas

de qué putas hago con estas ganas de coger

si tampoco

nadie

parece estar disponible

estás solo

respirás hondo te despeinás tirás a donde mejor caiga tu ropa los zapatos

la mierda del día

 

y el eco de tu vida que palpita te dice

aquí estoy.

 

____

*De una canción de PJ Harvey

-Esta es una foto de ella

¿Su mamá? Sí que la conocí. Yo la quise. La quise de forma oscura y con la fuerza de quien se sabe que no tiene ninguna esperanza. Ella me quiso, sí. A veces hasta me lo dijo. A veces hasta se lo dije.

Usted tiene sus ojos, ¿sabe? Seguramente se lo habrán dicho tanto que le debe hartar que un nuevo desconocido le diga lo que le han venido recordando desde que se acuerda. Pero han sido décadas, algunas fronteras y dos continentes de diferencia. No sabe lo que es creer que ella me está viendo otra vez.

Pero claro, esto no creo que le importe a usted. ¿O sí? ¿Por qué buscarme a partir de una nebulosa referencia en una de sus redes sociales? Yo no sé quién es usted. Ni usted quién soy yo. Pero no se engañe, a usted y a su hermana las conocí hace lo suficiente como para que no me acuerde cuándo.

Hacía sol y nos vimos para volar un papalote. El hilo se rompió y salió volando. Usted lloró. Nos fuimos pronto y su padre le prometió otro papalote. Eso fue todo.

Aprecié mucho a su padre. Un buen tipo. No hablamos mayor cosa en estos años. Mucho de lo que supe de él fue por su madre. Nos escribíamos, luego nos llamábamos, luego nos enviábamos fotos, videos. Luego nada. Usted sabe que ella era alérgica al drama y le puedo asegurar que simplemente nos fuimos dejando ir, definitivamente. Nos tomó su tiempo, fue arduo seguirnos queriendo.

Una vez ella no me respondió más. No insistí. Sabía exactamente lo que había pasado y es que siempre supimos que eso que llamábamos amor era tremendamente expulsivo. Nunca pudimos estar cerca mucho tiempo. Algún fin de semana entero donde no había nada más que esas caderas que en esos momentos era mi mundo. A ella le encantaba mi forma desolada de adorarla, el temblor sordo que lograba arrancarle hundido yo en ella, desprovisto de toda posibilidad de salvarme.

Era agotador. Nos mataba. Desde la primera tarde que se me quedó viendo con el fuego fatuo de sus ojos aún más azul, aún más mortuorio. Aprendimos a desvestirnos hasta la tercera vez, antes fue una lucha tectónica que casi nos devora. Luego supimos cuándo, cómo, bajo cuáles condiciones de batalla.

Nunca supe si ella ya conocía a su padre. Sospechaba que esto era un triángulo donde yo era la arista inferior, quizá por las veces que ella se quedaba en silencio. Quizá por aquellos momentos cuando estaba a punto de decirme otro nombre. Pero eso sucedió luego, cuando ya yo estaba haciendo las vueltas de la beca en otro país.

A veces creo que ella se sintió abandonada y decidió vengarse de mí con su padre. A veces creo que soy un ególatra de mierda y que me doy demasiado crédito en nuestra historia, que ella simplemente aprovechó su pronta libertad mucho más pronto que yo… ¿Libertad? ¿Por qué dije eso? Nunca había pensado acerca de nosotros como una limitante. Creo que nunca lo fue. A veces el lenguaje te juega sucio.

¿A veces? No sé, mirar de vuelta desde hace tanto me tiene revueltas las memorias. Creo que ella salía con otros tipos y yo con otras tipas. Nada serio, intrascendencias que no ameritaron contarnos más allá de un no te puedo ver, hoy salgo con una amiga. Ella era un poco más explícita, me voy de “date”, decía. A mí me decía que yo era “su cabro”, pero eso no se lo decía a las amigas. Para ellas yo era un ligue, era alguien con quien cogía. Yo la presenté a mis amigos una vez que uno de ellos dijo que se casaba. Tal vez por eso cuando usted ha buscado sobre mí prácticamente nadie le ha podido dar razón.

O tal vez creo que eso pasó cuando yo le dije que me habían aceptado la beca. Y decidimos quedarnos como amigos que en momento de necesidad podríamos acostarnos. Me parece que fue así.

Cuando se casó con su padre y se fueron del país yo ya había regresado tres días antes. Los fui a despedir. En esos tres días sólo nos buscamos una vez. Logramos inventar un sexo de recién casados que fue casi, casi lo que habíamos tratado de hacer desde siempre. Fuimos tan felices que terminamos llorando porque sabíamos que no iba a volver a pasar. La geografía es imposible de engañar y el sexteo no es lo mismo. Lo intentamos los primeros dos meses. Guardé por diez años sus fotos, sus videos, sus mensajes. Después me pareció patético y lo borré todo. No sé que hizo ella con todo eso, jamás le pregunté.

Un año después coincidimos, yo andaba en viaje de trabajo y la llamé. Cené con ella y su padre. Hablamos de mentiras que preparamos tan concienzudamente que hasta terminamos creyéndolas como verdades. Yo iba a estar tres días. Nos vimos dos y el último ella me dejó en el aeropuerto, antes de irme me besó y me dijo que tenía tres meses de embarazo.

Pasaron los años y fue cuando coincidimos en Barcelona y luego que pasara lo del papalote ella le dijo a su padre que me iba a dejar al hotel porque yo tenía una precondición natural a perderme en otros países. Una de esas mentiras que terminamos creyéndonos tan bien que durante un año, en efecto, cada vez que salía de viaje acaba en lugares inhóspitos. En fin. Esa vez ella insinuó que apagáramos la luz, que dos hijos encima, que ya no era la misma. Mi respuesta fue quitarme la camisa y ella me maldijo por tener tiempo para gastarlo en el gimnasio. Por primera vez fue ella la que me miró con adoración.

Creo que no volvimos a tener sexo. Ganas no faltaron. Pero no coincidimos en ningún país. Y bueno, pasó el silencio.

-…a ella la conocí, sí. Alguna vez coincidimos porque teníamos amigos en común, sí. Lamento no poder contarle mayor cosa. Era su mamá, ¿dice?

Mi cuerpo era flamas

Mi cuerpo era flamas. No es metáfora. Ardía.

Normalmente me gustaría marinar la carne desde el día anterior. Pero no tengo tiempo. El día, las semanas, la puta vida… Perdón. Me exalté.

Se lo vengo diciendo a mi analista. Cosas sin importancia me hacen estallar muy fácil. Me quedé sin paciencia.

El analista no me dice nada, me responde con preguntas que no quiero responder y yo pierdo la paciencia fácil. Estoy perdiendo la paciencia muy fácil.

-¡Para lo que le pago debería decirme qué tengo!

Y me voy dando un portazo. Después de 20 minutos lo llamo con una vergüenza atroz. Que me disculpe, que pierdo los estribos fácilmente. Que me gustaría poder marinar la carne desde el día anterior. Pero no puedo. Que es que no tengo tiempo, ¿sabe? Le digo.

Y él sabe, claro. Porque yo se lo vengo diciendo casi… No. Se lo dije desde el principio y lo vengo repitiendo desde entonces. En la primera sesión me preguntó que por qué venía.

-Viera, es que no tengo tiempo-. Así. Pero no era eso lo que le quería decir. No sé. Digo, es verdad que no tengo tiempo. Que se me van los días, las semanas, la…  vida. Pero no era eso que quería decirle. Pero así se lo dije. Así.

Entonces, él sabe. Muy bien que lo sabe pero pregunta por mis papás, mi niñez, otras cosas que no le pongo atención. Porque yo quiero hablar de que termino comiendo atún de lata y arroz sin alma. Que me deshago a poquitos cuando miro el plato estéril que me voy a comer.

Porque yo podría poner la carne a adobar desde el día siguiente. Con tomate, mucho tomate y con romero que es de los sabores que más me gustan en la vida. Y un poco de ajo y otro tanto de albahaca picada. Tal vez incluso con su buena cantidad de vino. Revolverlo todo con la mano mientras se mezclan entre sí, transformándose.

Pero no puedo darme el lujo de dejar una carne de un día para otro. Es mucho tiempo. Mucho, mucho. Apenas puedo dedicarle el rato necesario para inventarme algo que me entretenga la panza. Eso. Justo eso soy: buscar algo que me distraiga a pocos. Que evite la horrible sensación de estar siendo engullida viva todos los días mientras lucho a hasta matarme contra gente que me vale una mierda… Perdón.

Decía que no sé qué hacer. Que no tengo tiempo. Y el analista se me queda viendo sin decir nada. Está bien, juguemos al silencio. Pero no puedo soportar mucho tiempo porque el tiempo, ¿sabe? Mi tiempo es corto. No sé si valioso, pero apenas puedo separar esta hora, ¿cuál hora? Estos cuarenta y cinco minutos de mi agenda. Y si a eso le sumo el tiempo de desplazamiento digamos que ya es hora y media y la noche se me fue y debo llegar a la casa. Allí no termina, no. Pero… Suspiro fuerte y me revuelvo en el sillón con la incomodidad de que sé que podría estar haciendo otra cosa. Aprovechando mejor el tiempo. Yo casi no tengo tiempo y me estoy enojando.

-Era flamas. Ardía sin mucha tragedia hasta convertirme en cenizas- le digo.

No puedo soportar el silencio. Es como si no estuviera haciendo nada. Como si dejara que el tiempo se desperdicie. Es sentirme inútil. No puedo. No soy así. No soy inútil.

Silencio.

-No me gusta volver a soñar eso. Al final soy sólo cenizas que se las lleva el viento. Jueputa. Cenizas…